Artículo No. 3
Un homenaje póstumo de El Diario LA TERCERA de Chile, el principal diario de ese país, que le rindió a ALAN:
INTRODUCCIÓN:
“La gran lección de Alan García fue que, cuando se vuelve al poder por segunda vez se hace mejor, y lo logró superlativamente; eso sus enemigos no le perdonaron nunca y quisieron destruir aquello y él no lo permitió”
Copio esta crónica debido a que, en estos días aciagos de la política en el Perú, se suele ver en las redes sociales, corrientemente frases como: “Si Alan viviese esto no hubiera pasado” o “Se necesita otro Alan para frenar tanta infamia” también “Alan fue el presidente más culto que Perú ha tenido” , “Alan no robó nunca” y “Qué manera de hablar la de Alan”, “En su segundo gobierno se sacó el clavo, porque fue excelente” y otras expresiones similares.
La verdad es que, para su segundo gobierno, Alan YA NO ESTABA atado a una Constitución Política de corte netamente izquierdista, impuesta por el remante gobierno de Velasco Alvarado, que “obligó” a la Asamblea Constituyente de 1979 INCUIR muchas normas trasnochadas dizque porque favorecían al PUEBLO, tantas veces zarandeado por todo gobierno populista.
La nueva Constitución Política, la de 1993, redactada por juristas de reconocida calidad, prestancia y conocimientos; permitió la aplicación de la política neoliberal, cuyo epítome es la economía del libre mercado. Con lo que el PBI de Perú creció a un ritmo promedio del 4.3 % anual durante 30 años, superando con creces a la media de los países latinoamericanos, del orden de unos 2 % anual o aún menor. Ese crecimiento económico peruano fue reconocido por propios y extraños como siendo “el milagro peruano” Alan tuvo la visión de estadista cuajado, para aplicar tal Constitución por primera vez, y esa avalancha exitosa perduró hasta el advenimiento de la pandemia del coronavirus y, desafortunadamente continuó, aun empeorando, con el gobierno del inepto y corrupto Pedro Castillo Terrones.
[UNA CORTA DIGRESIÓN:
Me parece pertinente, para la mejor comprensión de las personas no inmersas en cosas de macroeconomía, intercalar en el presente escrito una sucinta explicación del PBI, debido a su importancia para la riqueza, o no, de las naciones.
Del Internet: El Producto Bruto Interno (PBI) es el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un período determinado, usualmente, un año; y consta de todo el producto generado dentro del país.
Como comentario adicional expongo que, de acuerdo con el sitio web, el PIB chino (2022) es de alrededor de US $17.95 billones, mientras que el de EE. UU. (2022) está por los US $23,32 billones. Sin embargo, para 2030, Visual Capitalista proyecta que el PIB estadounidense crecerá hasta los US $35,4 billones, menos de los US $37,6 billones que tendrá China (Billones en el sistema métrico de unidades, pero trillones en el sistema anglosajón). Perú, total, (2022), $150,526 millones.
Es más importante el PBI per cápita. USA: 76, 648 $ (2022), CHINA: 12,556 $ (2021), PERÚ: $ 4, 561 (2022)
Como es sabido, el crecimiento constante del PBI a tasas altas, o relativamente a tales, es el motor más importante – quizás lo único – para hacer crecer la riqueza de cada nación y combatir la pobreza, reduciéndola drástica y constantemente mientras dure tal bendición casi divina.
Para que ello suceda se requiere que, tanto el Estado como la Empresa Privada, invierta y reinvierta constantemente en proyectos rentables, bajo reglas perfectamente definidas y duraderas, para dar seguridad y prosperidad al pueblo y al inversionista.
Todo aquel que arriesga su capital para invertir en cualquier país, tiene como objetivo ganar dinero”. “No existe, pues, lonche gratis”]
Hay algo importante que dilucidar: ¿Alan robó? Esta pregunta la está respondiendo el tiempo: Hasta hoy, no existe investigación alguna que pruebe lo imputado. No, ¿sólo los cien mil dólares que cobró por dictar una conferencia magistral en una Universidad de Sao Paulo, en su calidad de expresidente y ser famoso por sus excelsas cualidades oratorias y su vasta cultura? dinero declarado, como un ingreso por Alan y por el cual pagó a la SUNAT los impuestos que correspondían. Él mismo dijo, en reiteradas ocasiones, al ser constantemente increpado de ladrón: “¿Ustedes, señores periodistas, no pueden entender que pueda existir un presidente peruano que NUNCA ROBÓ?” Si se tuviera rabo de paja, nadie se atrevería a desafiar a toda una vasta prensa, adversa, de modo tan contundente y verás. ¿Verdad?
Por otro lado, me es muy grato reponer, en seguida, a guisa de una segunda parte de este escrito, una especie de elegía que Jaime Bayly le brindó a su archienemigo político, breve amigo, Alan García: Un homenaje póstumo, al fin y al cabo, de un caballero a otro, en un artículo titulado “MOZART HA MUERTO” en el que conocido, nada ortodoxo, escritor, y brillante periodista, Jaime Bayly, narra la escabrosa relación que tuvo con Alan, aquel del lado de la prensa crítica y éste en su papel de político, reconociendo explícita y reiteradamente la calidad cultural, inteligencia y el don de la palabra de los que Alan hacía gala.
También, Bayly, saca a la luz un horrible y desafortunado acto de traición perpetrado nada menos que por uno de los líderes más connotados del Partido Aprista Peruano de ese entonces: Andrés Townsend Escurra, susurrándole al periodista, entonces muy joven aun y por tanto en pos de gloria y fama, la existencia de una enfermedad mental que descalificaría a Alan para postular al alto cargo de presidente de los peruanos.
¿Cuál fue la motivación de Townsend para tamaña inconducta?
La respuesta obligada es “los celos políticos y la envidia”, pues los seres mediocres, a quienes la envidia les corroe, tratan de bajar a su nivel, sin conseguirlo, a aquellos que están vuelando alto. Recuérdese que la envidia, el rencor y los celos son los peores venenos del alma.
[La traición siempre viene de un “supuesto amigo” o hasta de un familiar. Lo del enemigo no es más que ataque, no es traición]
La HISTORIA, que pone las cosas en su lugar finalmente, juzgará uno u otro comportamiento, cuando las aguas procelosas de la vida se hayan calmado y el ímpetu emocional, positivo y negativo, que aún perdura en el presente, dé paso a un entendimiento ya maduro, al avance del tiempo. GRM
SIGUE:
De la Columna de Ascanio Cavallo: "No me despiertes si duermo", en un periódico de Chile.
“Alan García, el empecinado lector de “La Vida Es Sueño” no le temía a la muerte, sino a la indignidad.
(A propósito, permítaseme un paréntesis a fin de parafrasear uno de los más citados pasajes de “El Quijote … “ en el que “El caballero de la triste figura”: plantea a su pragmático escudero: “Por la libertad y por la honra, Sancho, se puede y se debe aventurar la vida” GRM)
Alan García Pérez, el grandioso, el monumental, el hombre que desplazaba el aire a su alrededor, el Caballo Loco del Pacífico, no iba a permitir que la justicia peruana lo tocara con sus ramalazos de humillación. Como todo político acusado por pecadillos de peculio, siempre negado por él, en el peor de los casos consideraba que el suyo sería una bicoca comparada con los de los otros, con los del tiranuelo Fujimori, con los de la familia Toledo y los de la familia Humala, con el PPK que se humilló ante “los chinos”, en fin, todo ese Perú de advenedizos y aficionados con el que no aceptaba comparación. Vivía, como escribió Chesterton acerca de cierto aristócrata, “demasiado a sus anchas como para dudar de sí mismo”.
La determinación de matarse dice todo sobre el aprecio que García tenía por su orgullo. Como siempre en los políticos que han escalado muy jóvenes, ya no se trataba del honor personal, sino de una condición más profunda, republicana o quizás aún más remota… parecía oírse detrás, más que la voz del Perú, la del orgulloso Virreinato.
Fue uno de los más grandes oradores de Sudamérica. En ambos planos sólo intentó superarlo Hugo Chávez, que logró propinarle algún insulto ingenioso, pero que jamás lo derrotaría en conciencia del idioma, en profundidad retórica, en cultura política. A diferencia de Chávez, Alan García, el empecinado lector de “La Vida Es Sueño” no le temía a la muerte, sino a la indignidad. (Parte del poema que, el gran Calderón de la Barca incluye en su libro citado, expresa: “¿Qué es la vida? -un frenesí. / ¿Qué es la vida? -una ilusión; / una farsa, una ficción. / Que el mayor bien es pequeño /Que toda la vida es sueño / Y los sueños, sueños son …” GRM) [Calderón de la Barca (1600-1681) literato español].
García fue discípulo de otra figura monumental del Perú del siglo XX, el carismático Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de esa melaza llamada APRA, el cruce entre el nacionalismo y el socialismo (que después inspiraría a Perón), antiimperialista, americanista, estatista, sectario, comecuras, anti oligárquico, en breve, todo cuanto podía llamarse “progresismo” en la América de los años 30. A la postre, Alan García no sólo fue el primer presidente peruano elegido por el APRA: fue el único y en doble partida.
Su nombre se convirtió en una marca de cuatro letras, Alan, pero no porque lo buscara -eso casi nunca resulta- sino porque en verdad fue un protagonista de la política de América Latina durante 40 años. Incluso, su apodo más insidioso viene de años lejanos: “Damien” era el Anticristo encarnado en un niño en la película La Profecía, de 1976, y se hizo tan popular que una vez alguien puso “Alan Damien” en algún documento oficial del que debió arrepentirse en cosa de horas.
Cuando la Internacional Socialista realizaba sus reuniones de treintañeros para mosquear a las dictaduras del continente, Alan García aparecía, con su porte imponente, su trabajada elegancia, su lengua virtuosa, como el astro de la socialdemocracia hispanoamericana. Sólo le competían, por derecho propio, Felipe González, y por atrevimiento, Anselmo Sule. En estilo, nadie: el 11 de marzo de 1990, tomó un avión a Chile para estar en la asunción de Aylwin una hora después de que Pinochet había entregado el mando. Cosas de vuelos y de aviones.
En 1985 asumió la conducción de un Perú abatido, con agobiantes niveles de pobreza y con un golpe de muerte en las espaldas: Sendero Luminoso. Su programa socialista, como no es novedad, tuvo un gran éxitoe en sus dos primeros años. Después empezó a hundirse en las consignas: cesar el pago de la deuda externa, emitir sin fijarse en la inflación, expandir el gasto público, aumentar los impuestos, estatizar la banca. A ese programa desastroso, que hizo del Perú la encarnación de la “década perdida” de Sudamérica, se debe el triunfo de Alberto Fujimori en las siguientes elecciones. Si el sueño de la razón engendra monstruos, el sueño del socialismo anticuado de Alan García engendró a un político tenebroso de la historia peruana, acompañado de su némesis perfecta, el senderismo. Y el político aprista inauguró la era de los presidentes perseguidos por sus sucesores, exiliado en Colombia, derrotado y ofendido.
Cuando volvió a presentarse como candidato, en 2006, debió de enfrentar a la familia Humala, Pero se sobrepuso a todo eso y regresó a la Casa de Pizarro, esta vez con un programa modernizado (“Neoliberal”, le decían sus adversarios del mismo APRA), con los ojos puestos en los gobiernos de la Concertación chilena y con la decisión de lograr que el Perú creciera por las cuatro esquinas. Como Segismundo, quien ha tenido una segunda oportunidad, vive agradecido, pero no espera una tercera. Su segundo gobierno fue de un éxito total, que “encolerizó” a los enemigos de los triunfadores, incluyendo o, sobre todo, a la “gran prensa” subalterna que, nunca le perdonó que en el Perú sí se podía hacer grandes cosas a pesar de su postura contraria.
El fiscal que llegó a su casa al amanecer de un miércoles de 2019, con el entusiasmo del justiciero de ocasión, nunca habrá visto algo de esto. A su mundo llegaba con una orden de detención, acaso sin saber con qué agón (1) se metía. La gran lección de Alan García es que cuando un político vuelve al gobierno lo hace mejor, o mejor no lo intenta. Eso es, probablemente, lo que sintió que sus acusadores iban a destruir. Y decidió zanjar el debate como sólo lo hace un hombre demasiado a sus anchas, es decir sabedor de su valía.
NOTAS. –
(1). - En el griego antiguo, la palabra 'agon' representa la competitividad entre dos personas bajo el concepto del honor.
AGÓN: También significa, en griego antiguo, el momento del ser humano en que va a expirar o va a pasar de la vida a la muerte.
Esta segunda acepción de AGÓN es a la que se refiere el periodista chileno.
Comentarios:
Carlos Sánchez Pomiano
1).- Fue la luz que lograron apagar quienes tomaron con fraude el poder. Y es la mezcla letal del senderismo/ caviarismo/ cubano venezolano boliviano colombiano etecéteranismo.
Para mí, es tarde para remediar esta situación.
Gilberto Reyes Moreno:
2).- Yo no soy tan pesimista: El Perú es un ave fénix, el único país latinoamericano que se ha levantado de las cenizas del socialismo con mucho más brío y ganas de seguir volando, para hollar cumbres aún no sospechadas, en el inmenso desarrollo a que está llamado, gracias a su gente, sus riquezas y su tradición cultural hispano-tawantinsuyana.
O, tal vez, Perú es un nuevo Anteo, que ya cayó varias veces, pero su Madre Tierra le ha dado nueva vida cada vez, desde cuando Velasco Alvarado, Abimael Guzmán, Sarpa Cartolini, Los sucesivos recientes gobiernos caviares y el último inepto y corrupto Pedro Castillo, dizque izquierdista, sin que “el maestro” ni siquiera supiese qué significa ser tal; trataron de menoscabar su brío, pero se levantó, cada vez con más fuerza para seguir siendo el gran país al que tanto amamos.
SEGUNDA PARTE: MOZART HA MUERTO
Por Jaime Bayly
“Conocí a Alan García en 1984. Era diputado y candidato presidencial. Tenía apenas 35 años. Yo tenía un programa de televisión. Se llamaba "Conexiones". Pertenecía a una generación posterior a la de Alan: contaba 19 años.
Lo entrevisté en una convención de empresarios. Quedé impresionado por su inteligencia, su elocuencia y su simpatía. Era un mago con las palabras, un hipnotizador. Había nacido para seducir. No había quien se resistiera a sus encantos. Parecía imbatible. Lo era.
Poco después, volví a entrevistarlo en su casa. Vivía en una torre moderna en la avenida Pardo de Miraflores. Conocí a su esposa Pilar. Argentina, cordobesa, hija de un gobernador de Córdoba, me pareció una señora tan bella como distinguida. Poseía una elegancia natural. Luego de la entrevista, Alan me mostró algunos libros de su vasta biblioteca. Citó de memoria varios poemas de Neruda. Recitó el poema de Neruda, "Alturas de Machu Picchu". Quedé arrobado con su vasta cultura, infrecuente en un político de mi país. Sentí genuina simpatía y admiración por él. Pensé que hasta podía votar por él. Estaba equivocado. El destino se ocupó de torcer esos planes, sabotear esa incipiente amistad.
Un líder histórico de su partido, Andrés Townsend, hombre de honor, que había fracasado en su intento de ser candidato presidencial en las elecciones de 1980, me llamó a su casa, diciendo que debía transmitirme un mensaje urgente. Acudí, presuroso. Townsend me llevó a su biblioteca y dijo:
–Alan está loco. Sufre de trastornos mentales. Tenemos que impedir que llegue al poder. Sería una catástrofe para el Perú.
Luego me contó que Alan había sido internado varias veces en la clínica San Felipe de Lima, donde lo habían sometido a la cura del sueño, durmiéndolo con sedantes para que saliera de profundas crisis depresivas, o para que se calmase de virulentos estallidos maníacos, o para salvarlo de hacerse daño. Le prometí a Townsend que usaría esa información tan pronto como pudiese.
–Tienes que preguntarle si le han hecho la cura del sueño –me dijo-. El Perú tiene que saber que es un loco peligroso.
Quedé muy perturbado luego de aquella conversación. Los dueños del canal, tres hermanos encantadores, veían con simpatía a Alan, y uno de ellos era su íntimo amigo y confidente.
Yo sabía que, si le hacía esa pregunta a Alan, estaría en problemas. Sin embargo, sentía que mi misión era informar a los peruanos de aquella zona oscura del candidato favorito para ganar la presidencia.
Una semana antes de la primera vuelta electoral, uno de los dueños del canal me dijo que Alan daría su última entrevista de campaña en un programa llamado "Pulso", que se emitía los lunes por la noche. En ese programa había un moderador y un panel con cuatro periodistas que hacían las preguntas. El dueño me pidió que estuviera en el panel y preguntó:
- ¿Lo vas a tratar con cariño, ¿no?
-Sí, claro -le dije.
Pero estaba mintiendo. Porque horas antes de que el programa se emitiera en vivo, decidí que haría la pregunta kamikaze, aun a riesgo de que me despidieran. No sólo pretendía que Alan se viese obligado a confesar que sufría de trastornos mentales y le habían hecho la cura del sueño, sino, vaya si era ingenuo, quería evitar que llegase al poder. Me creía tan poderoso que pensaba: si le hago la pregunta y lo humillo y queda en ridículo, perderá las elecciones y yo quedaré como un héroe. Me enternece recordar la estupidez de mi candor.
Cuando el moderador me concedió el turno de mi primera pregunta, hice acopio de valor y pregunté:
- ¿Alguna vez ha estado internado en una clínica de salud mental? ¿Le han hecho la cura del sueño?
–Su pregunta es un golpe bajo que no voy a responder -dijo Alan.
Tan pronto como terminó el programa, mis compañeros del panel me dijeron que me había metido en unos líos serios. Tenían razón. Días después, cuando Alan ya había ganado, uno de los dueños del canal me llamó a su despacho y me dijo que, si quería continuar trabajando en esa televisora, solo podía hablar de política internacional, ya no de política peruana y, sobre todo, no de Alan García, quien, como era previsible, arrasó en la primera vuelta de un modo tan abrumador, empequeñeciendo a sus adversarios, que no hubo ya necesidad de ir a una segunda votación. Alan llegó al poder, juró como presidente, redimió a su partido de los fracasos históricos. El país entero estaba rendido a sus encantos, hincado de rodillas ante él. Yo no podía aceptar la censura que me imponía el canal. Renuncié. Me quedé sin trabajo. Ningún canal quería contratarme, sus dueños temían que esa insolencia les costase caro. Alan me había derrotado.
Semanas después, tuve la extraña fortuna de que me contratasen para presentar un programa de política internacional que se grababa en Santo Domingo. Se llamaba "Planeta 3" (porque el tercer planeta del sistema solar es la Tierra, qué nombre jalado de los pelos). Era un programa de política internacional. Yo era el moderador y tenía tres invitados en un panel, a quienes sometía a mis preguntas. Viajaba todos los meses a Santo Domingo para grabar el programa. Los cinco años que duró el primer gobierno de Alan, estuve fuera de la televisión peruana. Vivía entre Lima, Santo Domingo y Miami, siempre en hoteles.
Cuando Alan todavía gozaba de una prolongada luna de miel con los peruanos, allá por 1986, uno de los dueños del canal intentó que nos reconciliásemos. Me pidió que viajase a Nueva York y me presentase en el hotel Waldorf Astoria, donde estaría alojado Alan, quien hablaría en Naciones Unidas, y le pidiese una entrevista y presentase mis disculpas por la pregunta sobre su salud mental.
-Alan te va a perdonar -me dijo el dueño-. Y te va a dar una entrevista. Pero tienes que comenzar disculpándote.
Viajé a Nueva York. Me presenté en el Waldorf Astoria. Mi plan era pedirle la entrevista: si me la concedía, no me disculparía y le haría de nuevo la pregunta que no había querido responder. Me anuncié en la recepción. Me dejaron esperando un par de horas. Cuando finalmente entró Alan caminando con paso imperial, mirando desde el olimpo de sus dos metros de altura, quise acercarme a él, pero dio instrucciones a sus custodios de que lo impidiesen. Me miró con desdén. Luego entró en el ascensor, me dirigió una última mirada envanecida y las puertas se cerraron. No hubo disculpas, reconciliación, entrevista. Alan tuvo la astucia de sospechar que, si me daba la entrevista, yo no me replegaría, seguiría incordiándolo. Por eso no quiso dignificarme y me hizo sentir un bicho, un insecto. Esa noche, en un bar, una reportera de televisión muy guapa, consentida de Alan, me hizo una confidencia:
–Alan me ha dicho que él es Mozart y tú eres su Salieri. (Véase la Nota No. 1, al final de este escrito)
Me dolió. Me sentí humillado. Pero era verdad: Alan era Mozart, un genio absoluto de la política, la seducción, la hipnosis colectiva, un hechicero, un mago. Yo era su Salieri envidioso, rencoroso: nunca podría ser tan brillante y encantador como él, estaba demasiado lastrado por mis vicios, defectos e imperfecciones como para alcanzar las cumbres del poder, la gloria inmortal. Yo hubiera querido ser como él, un político de formidable talento, pero ya entonces sabía que, además de las mujeres, me gustaban también los hombres, algo que me esforzaba tontamente por encubrir, y por eso comprendía que nunca llegaría a ser un presidente amado, adorado, como Alan. Recuerdo que aquella noche, en el bar de Nueva York, le dije a la reportera:
-Yo no aspiro a la gloria de la política. Yo quiero ser un escritor. Estoy escribiendo un libro. Yo no soy su Salieri, porque aspiro a la gloria del escritor.
Pero estaba engañado: en verdad, Alan era Mozart y yo era su Salieri. Una vez más, me había derrotado. Su inteligencia y su astucia me sobrepasaban largamente.
El tiempo puso las cosas en su lugar. Su paso por el poder, a tan precoz edad, puso en evidencia que no era una persona del todo estable. Yo tampoco lo era. No sabía entonces que era bipolar, quizás como el propio Alan. Es decir que la nuestra fue una pelea épica de dos locos que no sabíamos que estábamos locos.
Años después, en 2001, cuando Alan había regresado de París y era nuevamente candidato presidencial, y había pasado a la segunda vuelta contra todo pronóstico, enfrentando al cachafaz de Alejandro Toledo, fui a visitarlo a la casa de su partido. Me recibió en privado. Nos dimos un apretón de manos, nos confundimos en un abrazo, nos perdonamos, olvidamos los agravios del pasado, enterramos los rencores. Alan se sentía un ganador, una criatura mitológica: había salvado la vida, pues Fujimori ordenó matarlo, y escapado con astucia de la sañuda persecución de esa dictadura, y ahora estaba de regreso, cerca de volver al poder, acallando a sus enemigos y envidiosos de toda la vida. Yo también me sentía un ganador, en cierto modo: había conseguido ser un escritor, publicado varios libros en España, y la crítica en ese país había sido benévola con mis novelas, y ahora hacía un programa de éxito en Lima, "El Francotirador".
En un gesto de gratitud y caballerosidad, correspondiendo a la visita que le hice, Alan me concedió una entrevista de una hora en televisión. Vino al estudio con Pilar, su mujer. Me atreví a hacerle de nuevo la pregunta de 1985. Negó que tuviese problemas mentales. Le recordé que me había censurado. Lo negó. Le pedí que pidiera disculpas por su primer gobierno paupérrimo. Lo hizo. Cuestioné su vida desahogada en París. Se defendió con sagacidad. Al final de la entrevista, no éramos amigos, pero tampoco seguíamos siendo enemigos. Improbablemente, nos habíamos reconciliado. Alan ya no era tan soberbio como en su juventud. La larga travesía por el desierto había rebajado el tamaño colosal de su ego.
Cinco años después, cuando pasó a la segunda vuelta con el chavista de Ollanta Humala, apoyé públicamente a Alan y voté por él. Luego, ya siendo presidente, me burlé sin compasión de él todos los domingos desde "El Francotirador". Alan no llamó al dueño del canal a quejarse, a pedir que me sacasen del aire. Había aprendido la lección. Había forjado una tolerancia a la crítica, aprendido a ser un estadista que entendía el papel irritante de la prensa, que debía ser hostil a quien ocupaba el poder.
Mis críticas feroces, bromas desalmadas y dardos envenenados no le hicieron demasiada mella, no socavaron nuestra amistad o, cuando menos, no erosionaron nuestra alianza de mínima cordialidad. No me guardó rencor. No me sumó a la lista negra de sus enemigos. Entendía que su oficio era administrar el poder y el mío, criticarlo, burlarme de él.
Sé que no me guardó rencor porque, al final de su segundo mandato, cuando mi nombre apareció entre los candidatos presidenciales más favorecidos en las encuestas, le pedí una cita secreta y me recibió en la casa de gobierno a medianoche. Le conté, ya casi como amigos, deslizándonos al terreno de las confidencias, mis problemas de salud mental, de bipolaridad e insomnio, y hasta enumeré las pastillas que tomaba. Le dije que no sabía si debía inscribirme como candidato. Me animó resueltamente. Me dijo que tenía la oportunidad de pasar a la historia. Habló de la gloria insuperable de servir a los más pobres. Dijo que podía ganar, si defendía una agenda liberal y me convertía en el candidato de los jóvenes. Fue sumamente generoso conmigo. Me aconsejó en tono paternal, sentí que me tenía genuino afecto. Dijo que, si me lanzaba como candidato, él me apoyaría.
Pero yo no sabía si lanzarme o no. Temía que, si me lanzaba, dejaría de ser un escritor. Temía que, si entraba en política, nunca más conseguiría salir de esa ciénaga en la que acababan hundiéndose culpables e inocentes, héroes y villanos. Temía que la descomedida pretensión de la gloria me condujese al precipicio, al despeñadero.
En medio de aquellas tribulaciones, invité a Alan a cenar en mi casa de San Isidro. Vino con su novia, una mujer encantadora. Volvió a animarme para ser candidato presencial. Me recordó que debía defender una agenda moderna, libertaria, que capturase la imaginación de los jóvenes. Le dije que no tenía dinero para financiar la campaña. Se rio. En tono paternal, me dijo que, si inscribía mi candidatura y despuntaba en las encuestas, la plata llegaría sola, pues los empresarios más poderosos solían precipitarse a financiar las campañas de los candidatos con posibilidades de ganar. Tenía razón. En efecto, la plata llegaba sola. Poco después, el representante de Odebrecht se ofreció, en una cena en el club Nacional, a financiarme la campaña presidencial. Para comenzar, podía darme un millón de dólares.
-Tú entiendes que no es una donación, sino un préstamo -me advirtió.
Era evidente que, si yo ganaba, lo que parecía harto improbable, dado mi historial de escándalos, mi conducta disoluta y mis trastornos bipolares, tendría que pagarle la deuda, concediéndole obras públicas millonarias.
Por suerte, tomé la decisión de no inscribir mi candidatura presidencial. Recordé lo que le había dicho a la reportera en Nueva York: yo no quiero ser un político, quiero ser un escritor.
Aquella fue la última vez que vi a Alan: en mi casa de San Isidro, en Lima, en 2010. Luego nos distanciamos: conté en una columna que me había espoleado a ser candidato, diciéndome que la plata llegaría sola. No debí hacerlo. Fue una infidencia. Era una cena íntima y lo que allí se habló debió preservarse en secreto. Pero no soy bueno para guardar secretos: mi familia lo sabe bien.
Esa noche, en mi casa, Alan me dijo que creía en la vida eterna, que a menudo se le aparecía el espíritu de Haya de la Torre, el fundador de su partido, que estaba seguro de que se reuniría con Haya y con su padre, Carlos, en la vida eterna. Espero que ahora se encuentre en tan buena compañía.
Alan: fue un honor ser tu enemigo y brevemente tu amigo. Te extrañaré. Que Dios se apiade de tu alma y te conceda el descanso eterno que mereces.
Mozart ha muerto. Salieri está triste”
NOTAS DE GRM:
No. 1
Salieri fue un compositor italiano que vivió durante la vida de Mozart, éste sólo 35 años y aquel 79. Se cree, injustamente, que Salieri envenenó a Mozart por motivo de celos profesionales; acusación, aparentemente, sin fundamento. WOLGANG AMADEUS MOZART (1756-1791) austriaco.
No. 2
Este doble artículo, acerca de Alan García, no hubiera sido posible que apareciera en mi blog, si no fuese por el presente de mi caro amigo (y dilecto sobrino) José Tarazona Noceda, nuestro caro Pepe, quien compartió conmigo ambos textos, mediante correos oportunos, lo que agradezco sobremanera.
19/02/2023
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