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ALGUNAS ANÉCDOTAS ACAECIDAS EN EL INTERNADO DEL COLEGIO “LA LIBERTAD” DE HUARAZ

Foto del escritor: Gilberto Reyes MorenoGilberto Reyes Moreno
(ESTUDIÉ, EN CONDICIÓN DE INTERNO, EN EL MENCIONADO COLEGIO SECUNDARIO ENTRE LOS AÑOS 1953 Y 1957)

Fachada original del emblemático Colegio “La Libertad”- Huaraz



INTRODUCCIÓN:


Éramos como 120 alumnos internos, repartidos en dos dormitorios: El Chico y el Grande. Ambos en segundos pisos. El primero para los alumnos del primer y segundo años y el segundo para los del tercero, cuarto y quinto años, éste mejor acondicionado y con vistas a la calle a través de amplios ventanales.


La disciplina era responsabilidad de los Auxiliares de Educación llamados también Inspectores, quienes controlaban el quehacer diario y el comportamiento de los internos principalmente, y de todo el alumnado en los días laborales que no eran las horas de clases.


Tuve la inmensa suerte de que la mayoría de los profesores en la Secundaria fueran personas muy capaces, comprometidas con su digna labor docentes y probos. Todos eran egresados de Centros de Enseñanza Superior de prestigio y poseían la mística del buen educador.


UNAS 5 ANÉCDOTAS:



1. MATAPERRADA


Todos los días, y sus noches, sábados y domingos, que teníamos salida del internado, pasábamos por la puerta de una licorería en la que vendían todo tipo de ellos, incluyendo la cerveza.


Una de esas noches que Tomás pasaba por ahí, encuentra la puerta abierta y se roba una caja de cerveza que la trajo al internado donde, con un grupo selecto de sus amigos, nos mandamos una tranca de padre y señor mío. Quince días más tarde intentó realizar la misma fechoría, pero los dueños ya estaban sobre aviso, le habían urdido una trampa y lo pillaron.


Recién al tercer día se aparece por el Internado con su mamá para justificar su falta al dormitorio por dos noches y todo compungido nos contó su tragedia.


Posteriormente la mamá consiguió de los dueños de la licorería que retiraran la denuncia, que no era un consuetudinario roba-cervezas, sino que su caso se circunscribe dentro de lo llamado mataperrada juvenil.



2. HUACO


Era costumbre ir de excursión a las Ruinas de Huilca Waín, “Casa de la Hijastra” un paraje situado a unos 12 Km de Huaraz, donde había vestigios de una cultura incaica o preincaica. Generalmente se iba los jueves y tomaba todo el día. Los alumnos del Segundo “A” decidimos visitarla en compañía el Reverendo Padre Augusto Fernández, profesor de Religión


La travesía hacia Huilca Waín fue amena y divertida, porque algunos alumnos cantaron boleros y valses muy de moda en ese entonces. Llegamos algo sudorosos porque el sol estaba en el Zenit, visitamos las ruinas y almorzamos el fiambre que algunos habían llevado.


Se nos ocurrió regresar por la vía alterna de Monterrey, donde existe una piscina de aguas termales, para darnos un chapuzón. Emprendimos el regreso y pronto llegamos a la piscina, por la que se debía pagar una entrada módica.


Nos bañamos en calzoncillos porque nadie había llevado ropa de baño, nos divertimos de lo lindo y llegó la hora de proseguir nuestro camino rumbo hacia Huaraz. El padre Fernández pasó lista y comenzamos el retorno. Cuando habíamos avanzado escasos kilómetro y medio nos alcanza una camioneta cuyo conductor, a gritos, dice: ¡Hay un juego de ropa en uno de los cuartos de baño! A todos nos cayó como un baldazo de agua helada, de quién podría ser la ropa, mientras el Padre subía a la camioneta y regresaba raudo a la piscina, inmediatamente hicimos la cuenta y faltaba… el Huaco Ramírez.


Minutos después vimos pasar la camioneta velozmente rumbo hacía Huaraz, con su triste cargamento, donde podía verse a Guillermo Ramírez, apodado el Huaco, tirado en la tolva, con alguien que le movía desesperadamente sus brazos con la esperanza de resucitarlo. Han pasado más de 60 largos años desde ese trágico incidente y, créanme, mis ojos están llenos de lágrimas. Nunca se supo quién contestó la lista en lugar de él, de lo contrario tampoco hubiera ayudado mucho, ¿verdad?



3. EN LA CANTINA


Me crucé en una de las calles de Huaraz con una chiquilla que NO llevaba puesto el uniforme de las niñas del Colegio de Mujeres Santa Rosa de Viterbo, guarida de las chicas más bonitas por quienes suspiraba más de la mitad de los alumnos del Colegio “La Libertad” De Huaraz. Esta niña tenía el uniforme del Colegio Industrial e Mujeres, La seguí como tres cuadras hasta que desapareció tras la puerta Nro. 458 de la calle El Comercio. Ya sabía dónde vivía, ya era algo, ¡sino mucho!


Como era domingo, y ya entrada la tarde, pensé, triste, que no la vería hasta la próxima semana.


El siguiente sábado, a las 2:00 pm. ya estaba en la esquina cercana a la casa de ella esperando que la suerte benévola me trajera al ángel de mis sueños. Seguí esperando y…se hizo la LUZ. Estaba radiante con su vestido rojo y una cinta blanca que le adornaba su ondulada cabellera.


Quise acercarme, pero no se me ocurría ningún pretexto para hacerlo. LO QUE REALMENTE ME COHIBÍA ERA MI TIMIDEZ,


(Después me confesó que desde aquel sábado en el que la vi por primera vez había notado mi presencia. ¡Las mujeres tienen un sexto sentido que les avisa dónde está el peligro… o la felicidad!)


El domingo la vi salir de la misa, acompañada de otras dos, me alegró notar que una de ellas era una conocida mía, paisana de San Marcos: Dina Sotomayor. Era la oportunidad para acercarme y venciendo la timidez así lo hice. Primero saludé a Dina, quien me presentó a su amiga que tenía el dulce nombre de Noemí, se ruborizó un poco, en cambio la mayor, de quien supe luego que era su hermana, muy canchera, me comenzó a hablar de tú. Su nombre era Elizabeth


Noemí obedecía a pie juntillas lo que su hermana decía hasta el punto de que Dina me dijo que no me aceptaría todavía hasta que Elizabeth estuviese de acuerdo. Mientras tanto en el internado ya se habían enterado de mis andanzas y las bromas al respecto eran cada vez más y directas. Ya se habían enterado hasta donde vivía y donde estudiaba.


Era costumbre entre los internos dar serenatas a las chicas más populares, en esas noches deportivas en que disputaban partidos encarnizados de básquet entre los libertanos y los bancarios, noches con salida y retorno alrededor de la 1:00 de la mañana.


Se programó un encuentro de baloncesto entre los Bancarios y los Libertanos para el próximo sábado, día en que salimos en mancha de unos 10 a 15 muchachos y comenzamos a dar serenatas a las chicas que interesaban a algunos de nosotros. Pero no todo era santo, ya que se cantaban cualquier canción de moda generalmente, sin importar mayormente el mensaje, lo que no siempre era el adecuado para las intenciones del pretendiente, por sus letras no necesariamente las preferidas por aquel. Era más importante hacerles bromas a los compañeros.


Esa noche anduvimos dando serenatas cantando diversas canciones, hasta que llegamos al No. 458 de la calle El Comercio, cuando escucho a un colega de quinto año, decir : “En la Cantina” y comienza a cantar, coreado por el resto : ”En un café de un barrio conocido/ sentada en la cantina, yo te conocí / compré tu cuerpo, compré tus besos / por unas cuantas monedas que te di…” Yo estaba con un tremendo nudo en la garganta y rojo de cólera, pero sin poder parar la desdichada canción, muy de moda entonces, popularizada por el conjunto cubano EL TRIO LA ROSA.


Al día siguiente me encontré con Elizabeth, quien aún encolerizada me dijo que me olvidara de su hermana, sin darme lugar a darle explicación alguna, la misma que, viéndolo bien, ya no tenía lugar.


Así terminó esta aventura que nunca comenzó realmente.



4. EL CAPULÍ


En el verano en la Sierra, un sábado, un grupo de internos del Primer Año, entre ellos Tomás Gonzales Castillo, Jesús Toledo Tito, Danilo Luis Bedoya Figueroa, Magno Quevedo Rojo alguien más y el que escribe, nos dirigimos hacia Palmira, a estudiar, por tanto con nuestros cuadernos, alguno con sus libros, etc. El lunes comenzaban los parciales de julio y empezaban con el temido curso de Historia del Perú.


No habíamos estudiado aún casi nada y a Magno se le ocurre comer capulíes ya que sus árboles estaban repletos de esos sabrosos frutos. Del dicho al hecho procedimos a quitarnos los zapatos, algunos las casacas también, y cual monos, nos trepamos a los árboles y comenzamos a darnos un banquete de capulíes como sólo la juventud de nuestra edad puede hacerlo. Cuando estábamos en lo mejor del festín aparece una mujer, que intuimos de inmediato era la dueña de esos árboles fructíferos, gritando ¡Ladrones, bajen inmediatamente! ¡Sinvergüenzas! ¡Canallas! y cuanto improperio se le ocurría decirnos. Nosotros no nos animábamos a bajar, temerosos de la golpiza que la endemoniada mujer nos podría propinar.


Al ver que no bajábamos, la bendita mujer no tuvo otra idea mejor que agarrar nuestras pertenencias y más rápido que inmediatamente se mandó cambiar perdiéndose entre los matorrales y LLEVÁNDOSE ZAPATOS, CUADERNOS, LIBROS, Y CUANTA COSA QUE ENCONTRÓ ¡¡¡Y que nos pertenecían!!!


En vano fue nuestro intento de seguirla, además estábamos descalzos y el terreno pedregoso nos impedía correr, por lo que ya no dimos con ella, sus perros, tan bulleros cuando llegó la mujer, confabulados con su dueña, también guardaban un silencio sepulcral, por lo que no sabíamos por dónde seguirla.



5. EL GRAN APAGÓN


Acababa de terminar los exámenes finales del año académico 1966. Un alumno interno, Alberto Torres, un buen amigo, del primer año, había sido desaprobado por lo menos en cuatro cursos. Tal era su desazón y, supongo cólera, que inopinadamente agarró su hondilla (juguete que usa ligas de jebe que tensadas sirven para arrojar pequeñas piedrecitas) con la que reventó todos los focos de luz esparcidos por la amplia edificación del antiguo colegio ya citado e hizo tal cosa poco antes de retornar a su tierra natal: Carhuaz.


Llegó la noche y con ella la absoluta oscuridad del local.


El director del Colegio, cuya vivienda era contigua al local del Colegio, sorprendido primero y colérico después, se puso a averiguar la causa de tan terrible drama. No tardó mucho en conocer la verdad verdadera. Averiguó inmediatamente el lugar y dirección del causante del apagón, llamó a la Comisaría instando que el padre de Alberto se apersonarse, de grado o fuerza y a la brevedad posible ante él. Al día siguiente, en horas de la mañana el señor aludido estaba en presencia del director y al escuchar el motivo por el que fue llamado no tuvo otra opción que comprar la cantidad de focos que permanecían inservibles y reemplazarlos por unos nuevos.


El mencionado colega del internado jamás regresó al Colegio “La Libertad”. Nunca supe su posterior paradero.



PALABRAS FINALES, ESCLARECEDORAS


Todo lo narrado y demás episodios pertinentes a la vida del internado, se desarrollaban siempre, hay que recalcar, en un ambiente de plena cordialidad y de respeto mutuos. La moral y las buenas costumbres eran nuestro norte y nadie, pero nadie, cometía hechos reñidos con esos principios.


En los aspectos que acabo de mencionar nuestro internado no era absolutamente ni siquiera remotamente similar, mas completamente diferente a otro internado de educación secundaria de esa época y que existe hasta la actualidad, del que nos ha contado nuestro Premio Nobel de Literatura, Sr. Mario Vargas Llosa, en uno de los primeros libros que escribió.



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