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CELEBRACIONES ESCOLARES DE FECHAS ICÓNICAS DURANTE MI NIÑEZ, CON ÉNFASIS EN EL DÍA DE LA MADRE

Foto del escritor: Gilberto Reyes MorenoGilberto Reyes Moreno


En la época de mi niñez, hace de eso ya más de 70-65 años, las escuelas primarias no sólo eran centros donde se impartían conocimientos convencionales, sino que en ellas también se celebraban las festividades del calendario cívico sociales, tales como el Día de la Madre, del Maestro, del Indio (24 de junio), de la Raza (12 de octubre, y por tanto una ignominia), obviamente de la Independencia, de la Primavera, del Patrono del lugar, en nuestro caso de la Patrona: La Virgen de la Asunción, de la Navidad y otras más.


Tales celebraciones eran de diversos tipos ya sea con desfiles de los alumnos de ambas escuelas (la de varones y la de niñas) alrededor de la Plaza de Armas, actuaciones en este lugar si era de día o por las noches en el amplio Salón de Actos de la Escuela de Varones, No 1043 del Distrito de Huacaybamba, Provincia de Marañón, Departamento de Huánuco. (corrían los años de 1948 a 1952).

De 8 a 10 pm. se realizaban las llamadas VELADAS, muchas veces con representaciones de alguna pieza teatral, además de las consuetudinarias recitaciones y cánticos pertinentes a la fecha, cortos “sketches” generalmente de corte cómico, etc.


Todos esos actos eran con la concurrencia de las autoridades y siempre con numeroso público. Además, era la ocasión propicia para la competencia entre las escuelas de varones y de mujeres. Cada una de ellas preparaba lo mejor de su repertorio para ganarse, en recompensa, los aplausos más sonoros, que era el modo cómo la concurrencia expresaba su aprecio y su crítica.


Una de las festividades más pomposamente celebradas era EL DÍA DE LA MADRE.

Esa fecha (segundo domingo del mes de mayo) se festejaba forzosamente con una velada en la noche del sábado más una actuación el domingo.


Las veladas eran actos organizados y realizados generalmente en conjunto por las dos escuelas. Cuando en ella se incluía alguna pieza teatral a representarse, obviamente sin muchas pretensiones artísticas ni mucho menos, actuaban no sólo los alumnos sino también los profesores.


Antes de continuar con mi narración deseo compartir con ustedes una anécdota que aconteció justamente en una velada organizada para un magno DÍA DE LA MADRE.


Los maestros de ambas escuelas ensayaron, con la debida antelación, una obra teatral alusiva a la madre, para lo que cada actor tenía que memorizar su papel. Uno de los protagonistas era un joven maestro recientemente incorporado al plantel de profesores de la escuela de varones, no voy a nombrarlo por respeto a su memoria.


La velada se anunció a los cuatro vientos enfatizando el hecho de que se iba a representar una muy buena obra teatral y, como siempre, la entrada era gratuita. Se formó pues una gran expectativa para tal espectáculo.


Llegó la tan esperada noche y la concurrencia atiborraba el Salón de Actos de la escuela de varones.


Se presentaron varios números de relleno después del consabido discurso de orden pronunciado por algún maestro, recitaciones de poesías, cantos y el público, feliz, los aplaudía.


Pero tras bambalinas se vivía un verdadero drama: El susodicho maestro, como repito uno de los principales actores de la pieza teatral, NO aparecía, es decir, no llegaba a la escuela. Enviaron varios sucesivos emisarios a buscarlo e instarle para que se apresure en ir al local de la velada. Los emisarios regresaban diciendo que no lo encontraban en ninguna parte y lo peor: su cuarto estaba trancado por dentro y a los fuertes golpes a la puerta nadie respondía. Es que sin él la pieza teatral no tenía sentido alguno y nadie podía reemplazarlo por no haber memorizado su papel.


Los organizadores optaron por improvisar números, repetidos algunos ya presentados; pero el drama continuaba y, como sucede en todas partes y en todos los tiempos, el soberano comenzó a inquietarse y luego a protestar, calmadamente primero y subiendo de tono hasta tornarse airados después.


Uno de los emisarios golpeó tan fuertemente la puerta que el tal maestro la abrió y al ser instado urgentemente a concurrir donde debería de estar, se encaminó allí y cuando llegó sus colegas se percataron de que estaba COMPLETAMENTE BORRACHO incapaz de actuar en el drama que con tanto celo habían preparado los maestros de ambas escuelas.


¿Qué había pasado con el citado maestro? Su descargo fue que ESE ERA EL DÍA DE SU CUMPLEAÑOS y decidió celebrarlo de ese modo: Bebiendo licor, solo, en su cuarto, hasta perder el conocimiento.


Epílogo: La velada terminó sin su pieza teatral.


El tal maestro ya no regresó a mi pueblo el siguiente año escolar. La desazón que causó y la vergüenza que pasó no eran para menos.


Otra costumbre era que todos los alumnos y profesores, y los más entusiastas pueblerinos, se colocaban una flor roja o blanca en el ojal del saco o de la camisa, en señal de mostrar que su madre estaba viva o ya fallecida, respectivamente.


Uno de los poemas que se recitaban infaliblemente, cada DÍA DE LA MADRE, durante los 6 años de mi permanencia en la escuela, y seguramente por muchos años más, fue la titulada EL RETRATO DE UNA MADRE, escrita por un monseñor de Chile, llamado Ramón Ángel Jara, poema excelso con un mensaje tierno y al mismo tiempo impresionante, cuyos versos mi memoria aun los conserva, por lo menos en parte.


Su versión completa la reproduzco a continuación, como homenaje a las madres en general, en este mes, mayo, consagrado a ellas, y como póstumo a mi madre y a las de algunos de ustedes en igual situación y también para aquellas de cuya compañía goza un número privilegiado de ustedes.



EL RETRATO DE UNA MADRE


(Monseñor Ramón Ángel Jara)

(Chile, 1852 – 1917)


Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud; la mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo rica, daría con gusto su tesoro para no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo débil se reviste a veces con la bravura del león; una mujer que mientras vive no la sabemos apreciar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero que después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus latidos. De esa mujer no me exijáis el nombre si no quieren que empape de lágrimas vuestro álbum, porque yo la vi pasar en mi camino. Cuando crezcan vuestros hijos, leedles esta página, y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido dejó aquí, para vosotros y para ellos, un boceto del Retrato de su Madre.

Mayo, 2021


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