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Foto del escritorGilberto Reyes Moreno

CHANTAJE

Una Negra Historia Real




La definición de chantaje es: Presión o coacción que se efectúa sobre alguien para obtener un beneficio, amenazando con hacer algo que lo perjudique.


Esa perversidad es lo que tres hermanos, que tenían una empresa llamada ARTEAGA HERMANOS (Este nombre es ficticio por razones de salvaguarda de su identidad para evitar que sus descendientes se consideren maltratados) causaron a mi señora madre, para robarnos una muy considerable suma de dinero.


Esta historia se remonta a finales de los 30s y principios de los 40s del Siglo Pasado.


Mi familia estaba compuesta por mi padre Josué Reyes Robles, mi madre Alcira Moreno de Reyes y de 6 hijos, tres niños y tres niñas, el mayor de unos 10 años y el último de unos 9 meses, en el año 1941 cuando sucedió la presente historia. Además, teníamos dos hermanos de padre que vivían con nosotros: Gustavo, el primogénito, y Celia, de unos 20 y tantos años cada uno. Mi padre había tenido un compromiso amoroso previo con una dama que concibió a los dos hermanos citados.


En los años 1940 / 41, azotó a nuestro pueblo - una simple Villa entonces con, tal vez, unos 2 a 3 000 habitantes, localizada en la provincia del Marañón, departamento de Huánuco, llamado Huacaybamba – una terrible epidemia: La enfermedad llamada TIFUS que es extremadamente contagiosa y, a veces mortal.


La PENICILINA, que es la eficaz medicina (en su variante llamada cloromicetina) para vencer al tifus, no estaba aún masificada, si bien se le descubrió en 1919 pero no fue posible producirla en cantidades suficientes para su distribución a nivel mundial, hasta 1945.


Volvamos al meollo del presente tema. La epidemia causada por el tifus enfermó casi a todos los habitantes de la región y, obviamente, a todos los miembros de mi familia, siendo mi padre el último que cayó enfermo. Todos nos salvaron menos él, falleció el 03/03/1941. Tal vez fue que mi padre no tenía las defensas inmunológicas adecuadas y/o suficientes debido a que guardaba una rigurosa dieta alimenticia por ser diabético.


Su inesperada, casi repentina desaparición sumió a mi madre y hermanos mayores, cuatro de los seis, a un extremadamente profundo dolor, además del desconcierto de cómo enfrentar nuestra terrible suerte después de ese suceso (yo no participé de esa tragedia, pero mi madre nos contaba, una y otra vez, de esos penosos días, meses y años; después que ya había pasados varios años). Yo supe de todo eso a fines de 1947, cuando me enteré de que se contaban los años y hacía 8 que mi padre había fallecido. Mi madre vestía aún de negro, en señal de duelo.


Una casi constante de la narrativa dolorosa para mi madre, era lo acontecido poco después de la muerte de su querido esposo. Había sido citada por un juez de Huaraz, capital del Departamento de Ancash, para apersonarse en el término de la distancia (frase común en ese entonces para obligar a las personas a presentarse lo antes posible al lugar requerido, principalmente en el ámbito judicial) ante el juzgado de esa ciudad. Esa ciudad quedaba a la distancia de tres días a caballo y uno en camión de carga (aún no existían los buses) y se necesitaba de una considerable suma de dinero para solventar los gastos inherentes a ese viaje incluidos los correspondientes al alojamiento en hoteles y demás.


La causa esgrimida por el juez era para apercibir a mi madre por una demanda presentada contra ella por ARTEAGA HERMANOS, compuesto por tres hermanos.


Ya es necesario contarles todo lo que supe y luego inferí acerca de la artimaña tejida por esos ARTEAGA HERMANOS y el porqué de la inusitada demanda.


ARTEAGA HERMANOS era el arrendatario de un fundo o hacienda que mi padre tenía en la montaña (así se denomina allí a la selva) llamada Bellamada. El convenio del alquiler había sido sólo verbal, nada escrito porque no había ninguna autoridad que lo garantizara. La PALABRA empeñada tenía, en ese entonces, más o tanto valor que un contrato formal. Mi padre le contaba a mi madre sólo lo fundamental de sus quehaceres, ya que en esos tiempos y lugares casi se vivía aún la época medieval, con poca o ninguna intromisión de la esposa en asuntos de negocios y otros vedados a las mujeres. Así mi madre le escuchaba decir a mi padre: Alcirita, pronto vamos a dejar la capa rota, un modo metafórico de sugerirle que esperaba mejores días futuros desde la arista económica. Ella también sabía algo sobre lo que ARTEAGA HERMANOS estaba obligado, después de un cierto lapso transcurrido entregar a mi padre toda la parafernalia montada por ellos para la explotación de la coca y del café en la hacienda Bellamada, y que estaba constituida principalmente por una recua de más de veinte mulos de carga que eran los que transportaban esos productos desde la montaña primero a Huacaybamba, lugar donde mi padre tenía una hermosa y grande casa, cuyo salón más amplio servía de depósito temporal para que luego fuesen transportados, por mulos de carga también, hasta San Marcos, en Ancash, y luego, en camiones propios de ARTEAGA HERMANOS, hasta Huaraz, centro de su distribución a nivel departamental y otros lugares.


Es preciso aclarar que la coca principalmente, y no el café, era el producto estrella del negocio. Eso porque la masa trabajadora (indios y mestizos) de casi toda la Sierra peruana y posiblemente, por lo menos, parte de la costeña, consumía diariamente sendas porciones de coca, infaltable para la ejecución de cualquier jornada agrícola o de otra índole. Sin la coca, distribuida “gratuitamente” al inicio de cada día de trabajo, NO era posible ejecución laboral alguna. Era el oro verde de ese entonces. No se tenía la menor idea del uso de la hoja de coca para fines de la perversa droga, la cocaína, en esos dorados tiempos.


Además de las acémilas de carga, ARTEGA HERMANOS estaba obligado a ceder a mi padre las instalaciones, herramientas, equipos como las prensas para embutir la coca en sacos, llamados gangochos, para almacenar la mayor cantidad posible del producto para su transporte, etc. Además, tenían que traspasar a mi padre la mano de obra organizada por ellos tanto para el cultivo, cosecha, procesos de almacenamiento, transporte (arrieros) etc. de la coca. de los productos. Es al pago con todo ello, por concepto el alquiler de Bellamada, y la subsiguiente explotación del complejo por parte ya de mi padre, a lo que él solía sugerir cuando decía que pronto se cambiaría la capa rota.


Pero ¿por qué la inesperada, atrevida, perversa citación por parte del juez de Huaraz a mi madre?


Cuando mi madre estuvo delante del juez, en Huaraz, supo que ARTEAGA HERMANOS había demandado a mi hermano Gustavo por apropiación ilícita (robo) y su venta clandestina de numerosos sacos de coca, que habían estado almacenados en el salón de nuestra casa en Huacaybamba, durante los días que siguieron al sepelio de mi padre. Toda esa acusación SIN MOSTRAR DOCUMENTO PROBATORIO ALGUNO.


Ahora viene el chantaje a que sometieron a mi madre esos perversos ARTIAGA HERMANOS: Le presentaron un documento, redactado por el juez, un PAGARÉ, por la fantástica suma de dinero, para ese entonces: S/. 1 000.00 (Un mil Soles Oro) por concepto de pérdidas sufridas en sus depósitos de coca en Huacaybamba, aduciendo que esas pérdidas se debían a ventas no autorizadas o subrepticias hechas por mi hermano Gustavo, y de las que él no dio cuenta alguna a ARTEAGA HERMANOS.


Mi madre estaba sorprendida, anonadada y sumamente molesta por lo que estaba enfrentando y, como es obvio, no aceptó las acusaciones de las que mi hermano era objeto y se negó a firmar el documento de marras.


Aquí viene la segunda y horrenda parte del chantaje: El mayor de los ARTEAGA HERMANOS, llamado Néstor, le espetó a mi madre: “Si usted no firma este pagaré aceptando la deuda que tiene con nosotros, por S/. 1 000.00, nos veremos obligados a meter a la cárcel al Sr, Gustavo Reyes”


Lo que sigue ya debe asumir mi caro lector y es que mi madre firmó. No tenía otra opción. ¡Nunca iba a permitir que metieran a la cárcel al hijo de su querido esposo, ya fallecido, y hermano de sus hijos!


Ella regresó a nuestro pueblo con el corazón destrozado: había asumido un compromiso de deuda impagable, realmente impagable. Era en esos tiempos una suma de dinero enorme. No existía la menor posibilidad siquiera para pensar que alguna vez se podría pagarla.


Pero ¿Cuán onerosa era esa bendita deuda? Recuérdese que en esa época (principios de los 40s) en la mayor parte de la Sierra peruana se vivía aún al estilo del Medioevo, el dinero era muy escaso. Ya en 1947, cuando me di cuenta del mundo y sus avatares, el costo de cinco huevos de gallina era cinco centavos de sol, en el ‘41 tal vez 8 0 10 huevos por medio (nombre que se le daba a la monedita de cinco centavos de sol). Muchas transacciones comerciales eran realizadas según la antigua usanza llamada trueque.


Me aparto de mi narrativa para enfatizar una importante realidad de ese entonces: Nuestro gran vate, Don César Vallejo, compuso un poema exquisito pocos años previos a la fecha de mi narración. Su título es “La De A Mil”, donde cuenta poéticamente el caso de un muchacho que pregona su mercancía públicamente: La lotería, gritando a voz en cuello: ¡LA DE A MIL!, (El poema completo aparece líneas abajo)


¡MIL SOLES ORO era el PREMIO MAYOR DE LA LOTERÍA DE ENTONCES!


Cuando por la noches mi madre nos hacía rezar, una plegaria especial era: PARA PODER PAGAR LA DEUDA A ARTEAGA HERMANOS.


Porque para pagar esa deuda se requería verdaderamente la ayuda de Dios.


La obvia conclusión es que es completamente improbable que mi hermano Gastón haya dispuesto clandestinamente cantidad tan grosera de coca y obtenido una suma de dinero absurdamente enorme, comparable con el premio mayor de una lotería. La verdad es que, probablemente, faltaba algo de la mercadería, hurtada por terceros, debido al descontrol de entonces de los intereses de ARTEAGA HERMANOS, debido a tan terrible acontecimiento que constituyó la muerte de mi padre, hecho que fue malévolamente usado por ARTEAGA HERMANOS.


Prosigamos con la narración: Pasaron y pasaron los años. ¡Oh! Sorpresa: ARTEAGA HERMANOS nunca nos cobró la deuda.


Sin embargo, cuando en 1954 vendimos algunas de nuestras tierras de cultivo para venirnos a Lima, fuimos, mi madre y yo, al lugar donde vivía el ya anciano Néstor Arteaga y le pagamos los S/. 1 000.00 - que entonces aún conservaba un alto valor adquisitivo y esa suma constituía cerca del 50 % de nuestro dinero proveniente de las ventas citadas - después de unos 13 años de aparente mora, el horrendo Néstor no mencionó posibles intereses, a los que “tenía derecho”, ni siquiera nos extendió un recibo y el bendito pagaré ni existía ya.


El colofón obligado es subrayar que la farsa montada por esos miserables era una especie de seguro para ellos, para no pagar lo que nos debían. Supusieron que mi padre hubiese dejado instrucciones precisas hasta, tal vez, con datos probatorios, de la gran suma de dinero que ELLOS sí debían de pagarnos, lo que desgraciadamente no fue así. Fueron tan míseros e inhumanos hacía una madre viuda con varios hijos pequeños, que urdieron ese macabro plan para no pagarnos lo que nos debían, causando enorme daño no sólo económico sino principalmente psicológico-traumante a nuestra familia. SE ENRIQUECIERON A COSTA NUESTRA, TRAICIONANDO A SU HONESTO BIENHECHOR (MI PADRE) DEL MODO MÁS VIL, CRUCIFICANDO INMISERICORDE A SU VIUDA E HIJOS PEQUEÑOS.


(Esta crónica personal he tratado de publicarla, como parte de mi blog, en varias oportunidades anteriores, sin tener el coraje para hacerlo. Hoy sale a la luz, discúlpenme caros amigo cibernautas, es una herida del alma, que no cicatriza aún)


El poema:


LA DE A MIL


El suertero que grita "La de a mil",

contiene no sé qué fondo de Dios.


Pasan todos los labios. El hastío

despunta en una arruga su yanó.

Pasa el suertero que atesora, acaso

nominal, como Dios,

entre panes tantálicos, humana

impotencia de amor.


Yo le miro al andrajo, y él pudiera

darnos el corazón;

pero la suerte aquella que en sus manos

aporta, pregonando en alta voz,

como un pájaro cruel, irá a parar

adonde no lo sabe ni lo quiere

este bohemio dios.


Y digo en este viernes tibio que anda

a cuestas bajo el sol:

¡por qué se habrá vestido de suertero

la voluntad de Dios!


César Vallejo


César Abraham Vallejo, el más grande poeta peruano y de trascendencia mundial, nació en un pueblo del norte peruano llamado Santiago de Chuco en 1892 y murió lejos de su patria, un viernes santo de 1938, en la ciudad de París, tal como él lo predijo.


Nota explicativa: En el poema existe una palabra poco conocida: TANTÁLICO.


Como siempre hago, a modo de ilustración, quise escribir su significado y lo busqué en varios diccionarios, sólo en uno de ellos aparece una definición pero que nada tiene que ver con la intención de César, por lo que recurrí al Internet. Lo que sigue aclara su uso en el poema:


En una narración sobre la mitología griega aparece lo siguiente:


“Las atrocidades cometidas por el rey, vieron su momento más terrible en el asesinato de su hijo, uno de los últimos hechos que rebasó la paciencia de los dioses”


Es debido a sus reiteradas faltas que Tántalo fue condenado al Tártaro, para su eterna tortura. Su tormento consistía en una sensación de hambre y sed perenne e insaciable, mientras se encontraba en un lago con el agua a la altura de su barbilla, y con un árbol lleno de frutas cercano a él.


Siempre que Tántalo intentaba tomar un fruto o beber un sorbo de agua, ambos elementos se alejaban inmediatamente de él. Mientras eso sucedía una enorme roca pendía por encima de su cabeza con la constante amenaza de caerse y llegar a aplastarlo, para completar su triple martirio en el infierno de la mitología griega.


[Vallejo dice: “…entre panes tantálicos, humana impotencia de amor…”, es decir… entre panes inaccesibles…), elegante, ¿verdad?]



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