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Foto del escritorGilberto Reyes Moreno

DOS ESCUELAS DE PRIMARIA DIFERENTES--SALTO INUSITADO DE APRENDIZAJE--CASO PARA REFLEXIONAR Y--SUERTE



Deseo contarles, con la verdad y nada más que la verdad, algunos episodios de mis estudios de Instrucción Primaria (1947-1952).


Comienzo por el principio: Mi querido pueblo se llama Huacaybamba, era entonces un distrito de la Provincia del Marañón, Departamento de Huánuco.


Hoy en día Huacaybamba ya es una Provincia cuya capital es el pueblo del mismo nombre.


Me ha apartado adrede del tema que trato para ubicar a mis caros lectores en el lugar donde nací.


En el año 1947, entonces tenía la edad de 8 años, me enviaron a la escuela por primera vez a cursar la Transición. Mi maestro fue uno que llegó ese año procedente de Huacrachuco, capital de la Provincia.


Le asignaron el grado de Transición para que enseñara en la Escuela De Varones No. 1043 de Huacaybamba.


No recuerdo casi nada de mi pasaje por esa etapa de mis estudios primarios. Lo que nunca he olvidado es que el siguiente año, cuando quise estar junto con mis amigos en el salón del Primer Año, me dijeron que yo debería de regresar a la Transición porque no había aprobado el examen (¿hubo alguno?) final del año precedente y por tanto no figuraba en la lista de alumnos del Primer Año.


Es imaginable la desazón que me embargó, pero decidí permanecer en el salón del PRIMER AÑO a pesar de las circunstancias nada favorables para mi empeño.


El maestro era uno recién llegado al pueblo, tenía estudios magisteriales, tal vez el único de esa escuela, y enseñaba tan bien que en menos de tres semanas yo era uno de los alumnos más aplicados de la clase y poco después el mejor alumno, según confesión de mi excelente maestro llamado Régulo Sabrera Alvarado.


Explico el motivo de mi aparente éxito de entonces: Yo era citadino, hablaba y entendía el castellano perfectamente bien para mi edad y tenía cierta cultura de hogar, mientras que la mayor parte de mis colegas procedían de los caseríos, cuyo dialecto era el quechua y su castellano era poco menos que mediocre. Vale citar un viejo proverbio: EN LA TIERRA DE LOS CIEGOS EL TUERTO ES EL REY.


Entonces se produjo una situación sui géneris: No me correspondía estar en el Primer Año, pero la razón obligaba a que permanezca como alumno de tal año.


Mi derecho de pertenecer al Primer Año fue “oficializado” por mi maestro: Pegó una tira de papel, con mi nombre escrito en ella, encima del nombre de un alumno, matriculado en el Primer Año, pero que nunca concurrió a clases.


Obtuve el primer premio de aprovechamiento, el primero de varios otros en mi vida académica.


Deseo contarles que en los años siguientes el nivel de enseñanza fue paupérrimo, por dos razones, el primero y más evidente: La desatención de los maestros a sus obligaciones como tales, pues casi no se dedicaban a sus tareas y paraban juntos conversando mientras nosotros los alumnos estábamos libres como chivato en pampa.


La segunda razón del bajo nivel de enseñanza era la escasa o nula preparación académica de los maestros, o sea de sus carencias de conocimientos.


Por azares del destino mi familia se trasladó a San Marcos, un distrito de la Provincia de Huari, en Áncash, en septiembre del año 1951. En ese entonces estaba cursando el 4to. Año. Mi traslado a la Escuela No. 349 de San Marcos fue inmediato.


Les cuento las diferencias físicas entre los locales de ambas escuelas y las comportamentales tanto de los maestros como de los alumnos:


En Huacaybamba existía, y aún existe, un local casi nuevo, de dos pisos, bastante grande, con seis salones amplios.


Los sábados concurríamos solo para hacer la limpieza del local.


El número de alumnos era alrededor de 250.


En San Marcos no existía local propio para la escuela, era una casa privada, algo amplia, alquilada para tal fin.


El número de alumnos no pasaba de unos 80.


En el salón donde me ubicaron estaban los alumnos tanto del tercer año como los del cuarto, separados apenas por un corredor. Un único maestro enseñaba a ambos años.


El primer día de clases el maestro hizo una excelente exposición sobre LOS REPTILES, durante unos 40 a 50 minutos. Lugo nos dijo: Ahora hagan la tarea.


Todos mis compañeros escribían y yo no sabía qué hacer. El maestro me ordenó: Gilberto haga su tarea.


Entonces le pregunté: ¿Qué quiere decir “tarea”? Mi maestro se sorprendió primero y luego, sonriente, me dijo lo que debería de hacer.


¡Cuento eso para enfatizar el hecho de que jamás había realizado una tarea hasta ese día, ni siquiera conocía el significado de la palabra TAREA!


Otra anécdota que me pasó fue que cuando uno de los compañeros de escuela me preguntó, durante el recreo y delante de varios otros, con cierta sorna: Y… ¿De dónde eres tú? A lo que, suelto de huesos y haciéndome el interesante le contesté: De la Argentina. Para qué lo hice porque acto seguido vino la venenosa pregunta: “¿Su capital?” Yo no tenía la menor idea de lo que me estaba preguntando y fui el hazme reír de todos los allí presentes. ¡Qué vergüenza la que pasé!


Esa noche, gracias a la colección de ocho tomos de la enciclopedia “El Tesoro de la Juventud” que tenía mi tío Héctor, hermano de mi mamá, también profesor de la misma escuela, aprendí las capitales de todos los países del Mundo, ubicados en los cinco Continentes y en cualquier otro rincón de la Tierra, estudiando toda la noche hasta entrada la mañana. Fue una experiencia, la primera, de la que salí airoso.


Existían otras diferencias y una de ellas, realmente fundamental: El entusiasmo de los alumnos sanmarquinos por APRENDER.


Los sábados también eran aprovechados pues, a diferencia de lo de Huacaybamba, la limpieza era realizada diariamente, para cuyo efecto dos alumnos por salón, y por turnos, concurrían por las mañanas, una hora antes del inicio de las clases, para asear cada salón y las áreas comunes.


MI TRASLADO, DE LA ESCUELA DE HUACAYBAMBA A LA DE SAN MARCOS, FUE COMO SALIR DE LA OSCURIDAD HACIA LA LUZ. Si es que no me hubiera acontecido semejante “MILAGRO” no hubiera alcanzado las metas que me propuse lograrlas.


Más diferencias: Los maestros eran profesionales con sendos diplomas, pero la principal diferencia era su dedicación, de apóstoles, para enseñar. El director, mi maestro, se llamaba Alejandro Gonzales Roldán, cariñosamente Paco, los demás Héctor Moreno García, Agustín Flores Guillén y Virgilio Vargas. Una élite de maestros sin duda alguna.


Cuento también que en mi salón había dos alumnos, Getulio Vargas y Jorge Vargas, que eran académicamente los más destacados, quienes estaban en pugna constante para ser el primero de la clase en aprovechamiento (conocimientos) con la vehemente intención de obtener el primer puesto en el 5to año para sacarse LA BECA.


LA BECA daba el derecho de cursar gratuitamente la Secundaria en el colegio “La Libertad” de Huaraz. La beca cubría todos los gastos: habitación, comida, y los derechos de estudios.


Como ya les conté, yo llegué a esa escuela en el mes de septiembre para seguir cursando el cuarto año.


La coyuntura de que en el mismo salón estaban también los alumnos del tercer año, hizo que yo aprovechara las clases impartidas a ellos, aprendiendo recién lo que debí de haberlo conseguido previamente. Este hecho me sirvió muchísimo.


Pasé al 5to año, el último de la Primaria. Aproveché al máximo la brillante enseñanza del maestro Paco, y poco a poco nos íbamos dando cuenta, tanto mi maestro, Getulio, Jorge y yo que el dulce pastel de la BECA podría saborearlo yo.


A partir de entonces la situación se tornó bastante tensa.


Tanto Getulio como Jorge eran hijos ilegítimos (no reconocidos) de dos hermanos de la esposa de mi maestro la que, a su vez, era prima hermana de mi madre.


Getulio y Jorge se habían batido duro a través de los años precedentes con miras a sacarse la beca en el 5to año. Yo era un advenedizo que estaba brillando con luz propia, con pretensiones de quemarles el pan en la puerta del horno.


El otorgamiento de la beca estaba en manos del maestro Paco, es decir dependía, en cierto modo, de su decisión.


Llegó el momento decisivo: Los exámenes de fin de año, escritos y orales.


Los exámenes finales eran con preguntas diferentes para cada alumno, seleccionadas según un balotario preparado anteladamente, tanto para los escritos como para los orales.


En la mañana, de un cierto lunes del mes de diciembre, dimos el examen escrito. Me tocó la balota No. 5 (cinco). Constaba de cinco preguntas, una por cada materia. Me ofusqué algo en la pregunta de matemáticas y fallé en la respuesta. Tristeza mayúscula.


Para entonces vivíamos en la misma casa con mi tío Héctor, maestro de la escuela, quien al llegar a almorzar se dirige hacía a mí y me increpa colérico: ¡¿No sabes sumar decimales?!


En ese momento brotó la chispa en mi cabeza: ¡Para eso basta colocar los puntos decimales en columna y efectuar la suma normalmente!


Llegó la hora del examen oral, la tarde de aquel lunes. Ninguno de los tres maestros que tenían parentesco conmigo quiso ser mi examinador. La responsabilidad recayó en el maestro Virgilio, único no emparentado con mi familia.


Metí la mano en la caja con las 50 balotas y saqué una: BALOTA No. 5 (CINCO), OTRA VEZ. ¡Nadie más que yo se percató que tal balota se estaba duplicando en mi caso!


La bendita BECA estaba en mis manos.


Muchas veces me he preguntado: ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera sucedido lo que sucedió?


Las respuestas han sido siempre las mismas dos, auto excluyentes entre sí:


  • Que yo estaba suficientemente preparado para responder cualquier otra serie de preguntas.

  • Que mi vida hubiera sido muy diferente a la que estoy viviendo.


Esto último porque no teníamos los medios económicos necesarios para sufragar los gastos inherentes a vivir en Huaraz ni a los derechos de estudios. Recuerden que les conté que era huérfano de padre, lo que redujo drásticamente la economía de mi familia.


Hay algunas otras anécdotas relacionadas que contarles, si es que su amabilidad es tal para seguir leyendo la historia de mi vida de entonces.


En aquellos tiempos los colegios secundarios eran muy pocos y la demanda crecía más y más cada año. Por esa razón, supongo, que las Autoridades de Educación decidieron seleccionar a los ingresantes a los colegios mediante las llamadas Pruebas Objetivas, las que eran impresas y enviadas, desde Lima, a todos los colegios del territorio peruano. Una vez cumplida su función retornaban a Lima para ser calificadas y cuyos resultados reenviados a sus destinos respectivos.


Tales pruebas se rendían en la segunda semana del mes de febrero y los resultados se conocían después de unas tres a cuatro semanas.


De mi escuela fuimos a Huaraz solo dos alumnos a rendir las Pruebas Objetivas.


Llegué a Huaraz un sábado, después de unas ocho horas de viaje realizado en camión de carga, pues aún no existían los ómnibus; me hospedé en la casa de mi muy querida tía Laurita, esposa de un hermano de mi mamá.


El examen era el lunes a las 08:00 am. Como no conocía la ciudad de Huaraz ni sabía dónde quedaba el Colegio “La Libertad” mi tío me dijo que me acompañaría el lunes temprano.


El lunes me desperté a las 06:00 am y poco después desperté a mi tío, quien vio su reloj y, dormitado, me dijo era aún muy temprano, y que esperara.


Pasó y pasó el tiempo y yo ya nervioso, nuevamente le desperté, vio la hora me dijo: ¡¿Todavía no has ido?! Corre, ve dos cuadras hacia abajo, luego tuerces hacia la derecha y una cuadra después hacia la izquierda y luego de dos cuadras volteas hacia la derecha y sigues corriendo y vas a ver una alameda con muchos árboles. Allí está una casa grande de color amarillo. Ese es el colegio.


Hice lo que mi tío me indicó y corriendo como alma perseguida por el Diablo, es decir lo más veloz que pude, y vi unos frondosos árboles a cada lado de una calle muy ancha y distinguí, al fondo, un gran local de color amarillo, seguí corriendo mientras escuchaba el sonido insistente de un silbato que alguien, desde la puerta del local, soplaba a todo pulmón para que los eventuales retrasados pudieran aun entrar al local. Llegué, entré y el portero cerró la inmensa puerta del Colegio. Fui el último.


Rendí la bendita Prueba Objetiva que constaba de por lo menos unas 50 preguntas para ser respondidas en el lapso de dos horas. La cosa no estuvo nada fácil.


Regresé a San Marcos y luego a la Casa Hacienda de mi abuelita, mamá de mi madre, localizada a unos 5 km. de distancia (aproximadamente una legua), lugar llamado Cruz Blanca.


Pasaron unos 25 días y coincidentemente se celebraba en San Marcos una fiesta religiosa con bombos y platillos. En la víspera fui a San Marcos a pasar la fiesta y apenas llegué mi tío Héctor, muy molesto y colérico me espetó: ¡Qué haces aquí! ¡Ni siquiera has aprobado la Prueba Objetiva! ¡Regresa inmediatamente a Cruz Blanca!


Esa travesía, de cinco km, llorando y casi desesperado, fue el peor Vía Crucis de mi vida.


En Cruz Blanca me senté en un poyo de la vereda, aun llorando, pensando en nada. No tenía en qué pensar de lo atónito que estaba.


En eso veo entrar por la gran puerta de la Casa Hacienda a un muchacho conocido quien me dice: Tu tío Héctor dice que vayas a San Marcos. El reloj de péndulo marcaba cerca de las 9 de la noche.


Apenas abrí la puerta para entrar a la casa de San Marcos vi a mi tío, siempre serio que me dijo: Has aprobado, muy bien, te puedes quedar.


¡No es ni siquiera imaginable la alegría que experimenté al escuchar tan dulces palabras!


¿Qué es lo que había pasado?


En esas épocas las comunicaciones rápidas a distancia eran hechas mediante telegramas, mensajes en criptografía usando el Código Morse (puntos y rayas) que eran descifrados por los telegrafistas.


Era relativamente costoso tal envío de mensajes, dependía del número de palabras.


Existía la posibilidad de “enviar telegramas con respuesta pagada”


Eso había hecho mi tío preguntando al secretario del Colegio si los dos postulantes de la escuela No. 349 de San Marcos, habían ingresado o no. La respuesta que recibió era negativa.


Pero una tía mía había hecho lo propio con una amiga suya de Huaraz: La respuesta era contundente: Gilberto Reyes, nota 83 y XX nota 51. Nota mínima requerida para aprobación: 55.


Nunca supe la razón de la respuesta equivocada del secretario del Colegio.


Y COLORÍN COLORADO ESTE CUENTO HA TERMINADO.


Pero mi paso por el SESQUICENTENARIO COLEGIO NACIONAL DE VARONES “LA LIBERTAD” DE HUARAZ, merece también ser contado. Tal vez me anime a narrárselos en una próxima entrega del blog para contarles la vida en un INTERNADO de colegio, plena de avatares de la más diversa índole.


Julio 2021


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