(Tercera y Última Parte)
1.- MI INGRESO A LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA
Mi gran desilusión sucedió en los últimos días de diciembre del año 1957, cuando cargado de laureles en mis estudios de la Secundaria vine a Lima y un amigo, ingeniero, de mi hermano mayor me sometió a unas preguntas de aritmética. Dijo estás CRUDO, es decir que mi preparación era exageradamente deficiente como para intentar ingresar a la Universidad Nacional de Ingeniería, (UNI).
Un Ingeniero que enseñaba en la UNI, Manuel Olcese, tenía una pequeña Academia de preparación para ingresar a la UNI donde ingresé, por recomendación de un tío mío, ingeniero también. Éramos solamente unos 18 alumnos y allí iba descubriendo, poco a poco, los secretos de las matemáticas, pero no fue suficiente para ingresar a la UNI en marzo. Me di cuenta de que mi preparación distaba mucho de ser el mínimo necesario, entonces, en el momento en el que no sabía ni atar ni desatar en uno de los primeros exámenes (aritmética) me hice la formal promesa: Tarde o temprano yo seré INGENIERO, aunque pasase uno, dos, tres o más años preparándome para lograr el ingreso a la UNI.
Por ese entonces existía la Pre-Ingeniería, que funcionaba en el local de la UNI desde las 18;00 hasta las 20:00 Hrs. de lunes a viernes, donde se estudiaba matemáticas intermedias intensivamente durante diez meses para, sí se merecía, ingresar directamente a la UNI, o para intentarlo el siguiente marzo. Era caro, y los profesores eran catedráticos de la UNI.
Yo concurría a esas clases sólo para aprender lo más que pudiera, sin pagar los derechos. Me preparé con tal intensidad y ahínco no sólo con los libros de la Pre-Ingeniería y las enseñanzas de los profesores, que eran brillantes, sino con cuánto libro de matemáticas caía, por ventura, en mis manos. De modo que cuando llegué a marzo de 1959, estaba bastante bien preparado.
Aprendí de memoria un gran número de datos, que se necesitaba para los exámenes, tales como las raíces cuadradas y las raíces cúbicas del número 2, 3, 4 y 5, los logaritmos, de base 10, de los números 2, 3 y 7 y cómo calcular, con apoyo de ellos, los de 4, 5, 6, 8 y 9. Los cuadrados y cubos de los 20 primeros números; el valor, con seis cifras decimales de la base de los logaritmos neperianos “e”, el del número Pi, etc. Además de ser capaz de resolver todos los problemas tipo que existían tanto de aritmética, álgebra, geometría y trigonometría. La suma, aprobatoria, de esas notas daba derecho a someterse a los exámenes orales de física, química y de cultura general.
En marzo de 1959, el primer examen fue de aritmética: Cinco problemas de los más rebuscados para dificultar su aprobación. Obtuve la halagadora nota 13. El tercer día era el de álgebra. Este caso merece que lo narre un poco más: Estudiamos junto con tres amigos de mi barrio. El día del examen de álgebra abordamos uno de los ómnibus de la UNI, que hacía el recorrido, ida y vuelta, desde la Plaza Unión hasta el local de la UNI. Abrí, al azar, una de las páginas de un libro titulado El Libro del Maestro, cuyo contenido eran los problemas de álgebra, resueltos, de varios libros de la materia, de la Editorial Bruño. Encontré un problema, algo complicado, lo leí y les dije a mis amigos que vieran ese problema porque ‘va a venir en el examen’ Lo revisaron. Y luego abro otra página, también al azar, y veo otro problema resuelto que lo leí y les dije: Vean este problema, también va a venir, lo revisaron, esta vez ya menos interesados. A la hora del examen, ¡Veo que ESTABAN LOS DOS PROBLEMAS! De las 5 preguntas conocía la solución de dos de ellas, ¡Del cuarenta por ciento!
Cuando salimos del examen los tres amigos se me vinieron encima increpando airadamente: ¡Desgraciado, tú conocías la prueba, ¿por qué no nos lo dijiste?! Me fue muy difícil convencerles de que todo había sido producto de la casualidad. Mi nota fue 16. Los otros exámenes transcurrieron sin mayor novedad e ingresé triunfante a la UNI.
Añado una anécdota muy importante para mí. No podía pagar los derechos de estudios ya que la Universidad cobraba no poca plata y en aquel entonces no eran gratuitas. Solicité una beca al Sr. secretario de la Universidad, exponiéndole mi problema. Me dijo: Si la Universidad otorgara becas a todos aquellos que lo solicitan no podría funcionar por falta de fondos y que, lamentablemente, no podía aceptar mi petición. Desilusionado ya estaba por transponer la puerta de salida y oigo que me pregunta: ¿Cuánto ha sido la suma de sus notas de los exámenes de ingreso? Le respondí: 77. Fue entonces que me dijo: LE FELICITO, TIENE UD. SU BECA, UD VA A SER UN BUEN INGENIERO, regrese mañana trayendo sus papeles”
Fue otra llave maestra para abrir mi futuro. Las anteriores fueron: Mi traslado de la escuela de primaria de Huancabamba a la de San Marcos, mí obtención de la beca para estudiar gratuitamente la Educación Secundaria, la aprobación de la Prueba Objetiva para estudiar en el gran Colegio “La Libertad” de Huaraz, la manutención de la beca durante los 5 años de estudios secundarios, ya que un solo curso desaprobado, en cualquiera de los años, motivaba la pérdida de ella y, finalmente, mi sorpresiva obtención de premios de aprovechamiento en dicho Colegio.
Tengo la imperiosa necesidad de esclarecer, que lo que acabo de contarles, se ciñe a la absoluta verdad, aclarando que no es mi deseo presumir, ni afirmar logros no obtenidos.
2.- EL CURSO DE CÁLCULO INFINITESIMAL E INTEGRAL (Anécdota)
El catedrático Francisco Villagarcía enseñaba los cursos de Cálculo tanto Infinitesimal como Integral. Él era un catedrático considerado normal, no tan sobresaliente ni tampoco mediocre, pero tenía un buen método para enseñar de tal modo que los alumnos comprendemos bien sus clases.
En diciembre di el examen del curso de cálculo, no fue ni muy difícil ni muy fácil, normal para los estándares de la UNI y estaba convencido de haberlo aprobado.
Mi gran sorpresa fue que mi calificativo era 50, sobre un posible total de 100,. ¿Qué había pasado? Revisando mi examen veo que no me había calificado la última pregunta que se encontraba, perfectamente bien resuelta, en la última página del cuadernillo de doble hoja; Aparentemente el catedrático supuso que mi escrito terminaba en la tercera página y no revisó la última.
Previamente, en una ocasión anterior un tío mío, un antiguo ingeniero, me había preguntado los nombres de mis catedráticos y cuando le dije del Ing. Villagarcía expresó: Ah, él estudió conmigo, su apodo era el Burro, un comentario que no me gustó, y tampoco lo suscribo, y lo digo solo en honor a la verdad.
Cuando resulté desaprobado, lo primero que se me ocurrió fue acudir donde mi tío, sabiéndolo amigo de mi catedrático para solicitarle su consejo, porque mi caso era justo. Mi tío me entregó una tarjeta de visita suya y me dijo que le enviaba su saludo al Ing. Villagarcía. Al momento que hacía el reclamo le expliqué al ing. Villagarcía mi caso y le entregué la tarjeta.
Pasaron casi dos semanas sin ninguna respuesta, entonces le indagué sobre mi caso y el ingeniero Villagarcía me contestó que yo había añadido el escrito en la cuarta página DESPUÉS de que me había entregado el papel de mi tema, es decir mi reclamo era fraudulento, lo que me desagradó tanto que le manifesté que él estaba dudando de mi honorabilidad; fue entonces que el catedrático me dijo: ADEMÁS UD. TRAJO LA TARJETA. No tuve más que llevar el curso de cargo y rendir mi examen de subsanación en marzo siguiente.
La bendita tarjeta en lugar de ayudarme me perjudicó. Gesto del Sr. Francisco Villagarcía que entonces me incomodó sobremanera, pero que luego lo consideré digno de encomio.
En honor a la verdad, repito esta frase, fue la única vez que desaprobé curso alguno en los cinco años de estudios en la UNI.
3.- EL CURSO DE CENTRALES ELÉCTRICAS (Anécdota)
El catedrático del curso Centrales Eléctricas era un italiano llamado Guiseppe Castelfrancci, cuyo padre había sido ingeniero también y había escrito un libro sobre Centrales Eléctricas. El hecho es que Guiseppe trabajaba en Lima Light Company, la empresa de energía eléctrica de Lima, y cada tres años le tocaba ir de vacaciones a Italia y le tocó ir justo en el año en que nosotros cruzábamos el quinto año. Era agosto de 1963, a modo de despedida nos dijo que leyéramos el libro de su padre, que estudiemos el libro Centrales, de Buchholtz, uno alemán de antes de la Segunda Guerra Mundial, mal traducido al español, bastante difícil de compréndelo… y se fue. Nadie lo reemplazó en la cátedra. Corolario: No aprendimos casi nada de este importante tema.
Guiseppe regresó de sus vacaciones en diciembre, justo para tomar exámenes orales y lo hizo en presencia de todos los alumnos, en orden alfabético. Nadie sabía nada. Todos estábamos, como se dice en el argot estudiantil, en la calle. A cada pregunta mal contestada, o no contestada, Guiseppe le soltaba todavía alguna frase burlona. Es así como a uno de mis colegas estudiantes le hace una pregunta tras otra y no le contestaba ninguna, entonces le dice: Ud. dirá pues” Todo se ha perdido menos el honor…” y dirigiéndose a todos los alumnos añade, haber ¿Quién dijo eso? Me paré y le dije Francisco Primero.! El catedrático me mira y me dice: ¡Muy bien alumno! Y añade. ¿En qué ocasión? A lo que le respondí: Cuando perdió la batalla de Pavia contra Carlos I de España y V de Alemania.
Muy bien alumno, se puso unos segundos en silencio y luego me dijo: “Ud. ya aprobó mi curso, cuando le toque el turno, si desea, puede venir a mejorar su nota.
Cuando llegó mi vez y el Ing, Castelfranci solicitó mi presencia, le dije que aceptaba la nota que me puso. ÉL, algo sorprendido, dijo: Creí que Ud. hubiera optado por algo más.
4.- OBSERVACIONES A MI PASO POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA (UNI)
La Universidad Nacional de Ingeniería siempre tuvo la fama de ser una de las mejores, sino la mejor, del Perú. Ingresar a esa institución era especialmente difícil. Casi ningún estudiante egresado de la secundaria el año inmediatamente anterior lograba ingresar en marzo próximo, cuando se llevaba a cabo los exámenes (total 4 escritos, uno cada tercer día y, si el postulante ameritaba, tres días más de exámenes orales, siempre espaciados día por medio) Si, por ventura o suerte, lo conseguía era casi seguro que repetía el primer año de estudios en la universidad. La gran mayoría de postulantes estudiaba en academias especializadas para dicho fin.
Era comentario generalizado, entre los estudiantes de la UNI, que los exámenes de ingreso eran “papaya”, una palabra bárbara, comparados con las dificultades para pasar de año ya estando adentro.
Sin embargo, me veo obligado a comentar que quedé bastante decepcionado de lo aprendido allí. La calidad de la enseñanza en los cursos profesionalizantes impartidos en los años Cuarto y Quinto decepcionó bastante mis expectativas.
Los estudios de matemáticas, en los dos primeros años de estudios, habían sido excelentes, pero los cursos aplicables a la práctica profesional no fueron del nivel que yo había esperado, tales los casos del curso de Termodinámica, dictado muy irregularmente por el catedrático Ing. Roberto Heredia, quien faltaba mucho a las clases, debido a sus compromisos como Decano de la Facultad, y por estar envuelto, casi siempre, en labores paralelas; otro caso es el del curso de Centrales Eléctricas, cuyos detalles ameritan que los narre en crónica aparte; el curso de Electrotecnia IV, dictado por el catedrático Ing. Svojsic, quien nos atiborró el tema “matrices” que al final no supimos para qué servían, salvo que para resolver ecuaciones de varias incógnitas, ya conocidos previamente por nosotros; el curso de Diseño de Máquinas, cuyo catedrático, el Ing. Roberto Molina, se pasó más de un semestre enseñándonos remaches, cuando, supe después, que las juntas metálicas, se hacían en el orden del 98 % de los casos, con soldadura y ya no se remachan. El catedrático Ing. Israel Slochovski, nos enseñó magistralmente el curso de Medidas Eléctricas, pero tuvo que usar casi un mes de su tiempo de clases para ilustrarnos los secretos del magnetismo, indispensable para aprender su curso, porque se percató que no sabíamos nada sobre este importante tema, perteneciente al curso general de física, que no nos habían enseñado, a pesar de estar comprendido en el currículo del curso física III, del tercer año. El curso de metalurgia, dictado por un comandante de la Marina de Guerra, apellidado Pooley, quien usaba el término “hierro de chancho”, traducido literalmente de algún texto sobre la materia en inglés, en lugar de ARRABIO que es el nombre del producto de los así llamados altos hornos, la primera etapa para convertir los minerales de hierro en aceros y otros, lo que denotaba su desconocimiento del tema, etc.
Lo más importante falta de la que adolecía la enseñanza en la UNI, en nuestra facultad de Mecánica y Eléctrica, era el total divorcio con la realidad profesional del país. Existía muy pocas Empresas dedicadas a la Ingeniería Eléctrica donde hacer prácticas profesionales durante los tres meses de vacaciones anuales y tampoco se nos indicó las labores usuales que nosotros lo ingenieros recién egresados desempeñaríamos. Por ello el romanticismo inherente al título obtenido tuvo, para muchos egresados, desengaños lastimosos.
Es, tal vez, conveniente anotar el hecho de que, personalmente, dudaba del aprovechamiento cabal que yo hubiese tenido de la enseñanza impartida, especialmente en los dos últimos años de estudios directamente ligados a la profesión de ingenieros electricistas, por lo que averigüé, el lugar que ocupé en la relación de méritos dentro de los 57 alumnos de mi promoción. Solicité ese dato al secretario de la UNI quien, días después, me entregó un certificado en el que se acredita, para sorpresa mía, el 5º puesto. Ese hecho me dio el necesario aval moral para plasmar la crítica precedente.
Una vez más expreso que todo lo dicho aquí es la pura verdad. Ello no me impide pedir las disculpas del caso por haber tenido la necesidad de ser presuntuoso.
Por otro lado, por supuesto que tuvimos buenos catedráticos y varios de ellos hasta excelentes: Tales como el Ing. Gastón Wunemburger quien nos enseñó campos electromagnéticos, era ya algo entrado en años y dictaba su clase micrófono en mano, el Ing. Barera, quien nos enseñó Líneas de Transmisión Eléctrica, el Ing. Doctor Don Giulio Donizetti, quien impartió magistralmente el curso de Máquinas Eléctricas, el Ing. Darío Biela, en el curso de Electrotecnia III y algunos otros más. Tampoco debo dejar de citar al excelente teórico Ing. Claudio Salamanca, en su curso Cálculo II, al coronel, entonces y más tarde General De División del Ejército Peruano, Ing. Marco Fernández Baca, que nos enseñó Resistencia de Materiales. El Ing. Shoji tuvo la difícil tarea de introducirnos inteligentemente al campo de la Mecánica Vectorial, una materia tan extraña como el álgebra, después de la acostumbrada aritmética.
Permítaseme finalizar esta crónica contándoles que mi tesis de grado la hice con la valiosa asesoría, y concurso, del Ing. Manuel Carranza Arévalo, en ese entonces Gerente Técnico de la Empresa Brown Boveri Co. y de mi amigo de siempre, el Ing. Amilcar Bedoya, quien era jefe del Departamento de Cálculo y Diseño de Transformadores de Potencia de la Empresa DELCROSA, que me ayudó sobremanera en el “Cálculo de Transformadores Económicos de Potencia” que fue el título de mi tesis de grado, que sustenté en la UNI, para obtener mi título de Ingeniero Electricista.
Setiembre, 2021
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